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Estaba esperando a que sonara el despertador mientras planificaba el día que se avecinaba. Era la última semana para los investigadores del laboratorio de zoología de Salamanca, y ya estábamos a miércoles. Mientras miraba pensativo por la ventana del metro, recordé mi enfado del día que mi jefe me destinó aquí para estudiar a los mamíferos voladores. Nunca había errado tanto prejuzgando una oportunidad, ya que a partir de ese momento amé verdaderamente mi profesión.

Por fin llegué al laboratorio y como era de esperar, todo estaba repleto de epidemiólogos altamente equipados, estos incluso había invadido el ala de investigación química. Una vez pasé toda la seguridad, terminé de notificar los grupos de murciélagos que migran, hibernan, hacen las dos cosas o ninguna con tal de sobrevivir al invierno.

Después recogí mis pertenencias y bajé a la cafetería con el resto de científicos prescindibles ante la emergencia del COVID-19. Ahí me encontré con el Dr. Iván Hernández, un pragmático físico que prefería llamarte compañero a amigo. Y como era de esperar, acabó surgiendo el tema del virus. Él defendía enérgicamente la decisión del Gobierno de haber cancelado el resto de estudios, y con razón. Aunque no pude evitar replicarle que no había descubrimientos más importantes que otros, sino más urgentes. Y entonces el Dr. Hernández bufó:

– ¿Qué sabrás tú?¿Acaso tus queridos murciélagos pueden cambiar algo en nuestras vidas?

Cualquier día lo habría ignorado, pero decidí darle una lección a mi arrogante compañero.

– Seguro que ya ni lo recuerdas, pero la temible rabia fue una enfermedad mortal, que durante siglos portaron los murciélagos. Pero en la actualidad, gracias a estudios en los que si participo, ni un 2% de los  murciélagos europeos están contagiados. Por ello llevamos décadas sin ningún contagio en humanos. 

Mi cínico compañero no parecía impresionado, por ello procedí a mi siguiente argumento:

– Nacerían muchas enfermedades y hambrunas si no fuera por la acción de los murciélagos . Ellos controlan las plagas de insectos, además de tener relación con la polinización de las plantas. Los sedientos murciélagos, absorben el néctar de varias plantas mientras ellas aprovechan para ser polinizadas. Tienen un extraño apéndice con el cual restriegan su polen por sus pequeñas cabezas, por lo que al cabo de unas horas, un murciélago habría contribuido a la reproducción de medio centenar de plantas. 

En ese momento apareció la biomédica Rosa Marín con su característico acento andaluz para expresar:

– ¡Son vitales para el equilibrio biológico!

El Dr. Hernández, por su parte, continuaba impasible.

– Ni que fueran superiores a nosotros.

 

–En eso tiene razón. No son ni mejores ni peores, sino que tiene distinta complejidad. Pero no son tan diferentes. 

– Dra. Marín, ¿sabía que al igual que usted y yo, los murciélagos tienen acentos característicos de casa especie? Por otra parte, creemos que no forman más que colonias, pero no es así. Entre ellos hay fuertes relaciones, equiparables a familias como en el caso de cualquier mamífero. Pero estas no son las únicas similitudes. Por ejemplo, todos los huesos que conforman sus brazos alados son los mismos que los nuestros, aunque de diferente magnitud. – Mis compañeros parecían más atentos a cada nueva curiosidad que revelaba. – Incluso se podría decir que los murciélagos cometen menos errores que nosotros. En algunas ocasiones, consumen frutas o néctar fermentados, por lo que se "emborrachan", y sin embargo unos experimentos recientes han demostrado que esto no empeora su innata destreza en el vuelo, al contrario que nosotros. 

La gente se excitó con el comentario y un grupo a dos mesas de distancia soltó una desagradable carcajada.

– Tal es la devoción por el fascinante vuelo de este animal, que hace algunos meses se consiguió fabricar un robot capaz de imitar a la perfección cada movimiento. – Continué – Todos conocéis la atípica ecolocalización, presente en muy pocos seres vivos. Pues el sistema del murciélago es tan sofisticado que supera a ciertos submarinos en la actualidad, ya que estas pesadas máquinas no pueden emitir e interpretar ondas al mismo tiempo, cosa que el murciélago hace gracias a una simple membrana musculosa situada en sus orejas. 

 

El Dr. Hernández tenía una sonrisa curiosa e infantil que me demostró su interés.

 

– Reconozco sus muchas cualidades y su gran utilidad, pero no entiendo de qué forma continuar investigando sus habilidades va a mejorar la calidad de vida de la gente, más allá del saber.

– Entiendo tus dudas – le respondí – No obstante su estudio no queda en el placentero conocimiento, sino que como es habitual, se buscan maneras de aplicar y rentabilizar dicha información. Por ejemplo, ya se están basando en el funcionamiento de sus oídos para crear implantes para personas sordas, o incluso para localizar nuevos yacimientos petrolíferos.

Definitivamente, la cafetería al completo había quedado desconcertada y, el Dr. Hernández, me prometió que no volvería a menospreciar ninguna forma de vida, por insignificante que parezca. 

Después de esta victoriosa e instructiva charla, decidí volver a mi casa tranquilamente, con ganas de llegar al documental de las 3.

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